Una de ellas se llama Yorinda, la prometida de Yoringuel ¿Estarán en el castillo? ¿Las habrá raptado una bruja? ¿Se las habrá comido el gato? Los Hermanos Grimm nos cuentan cómo Yoringuel rescató a Yorinda y a las 6.999 doncellas restantes gracias a una extraña flor.
Érase una vez una bruja que vivía en un castillo en el corazón de un frondoso bosque. Era malvada y perversa, de noche tenía forma humana, pero al llegar el día, se convertía en gato, búho, serpiente o algún otro animal cazador. Protegía su castillo con un encantamiento que paralizaba a los hombres y convertía a las mujeres en pajarillos que guardaba después en cestas. Tenía ya más de siete mil avecillas encerradas.
Yorinda y Yoringuel vivían en el pueblo cercano al bosque. Habían crecido juntos, y lo que en principio era una buena amistad se convirtió en amor con el transcurso de los años. Incluso habían fijado la fecha de la boda. Un día de primavera, al atardecer, decidieron ir al bosque a pasear. Pero tan absortos caminaban que no se dieron cuenta de lo cerca que estaban del castillo, ni de lo entrada que estaba la tarde.
Nada más ponerse el sol, Yorinda comenzó a cantar:
- Canta pajarillo, canta tu tristeza, canta pajarillo, canta ¡pío, pío, pío!
Y cuando Yoringuel miró hacia ella, vio que se había convertido en un ruiseñor. Detrás de un abeto, una lechuza cobró la forma de la bruja y se llevó a la niña sin que Yorinquel pudiera hacer nada, pues estaba paralizado por el hechizo.
Toda la noche pasó Yoringuel inmovilizado, y cuando llegó de nuevo el día, ante la imposibilidad de acercarse al castillo, decidió volver a casa a buscar la solución. Pensó y meditó, pero no se le ocurría la manera de rescatar a su amada. Al fin, agotado se fue a dormir. Y soñó con una flor roja como la sangre que guardaba en su interior una gran perla que le abriría las puertas del castillo de la bruja.
A la mañana siguiente Yoringuel se puso en marcha buscando la extraña flor. Subió montes y cruzó valles y cuando casi había perdido la esperanza, descubrió en la orilla de un río una flor extrañamente parecida a la de su sueño, del color del rojo terciopelo, con una gran gota de rocío en su interior que al brillar parecía una perla. Ni corto ni perezoso la arrancó con cuidado y se dirigió al encuentro de la bruja.
El miedo atenazaba al muchacho mientras se acercaba al castillo, pero más fuerte era su deseo de volver a ver a su prometida. En las lindes del bosque comprobó que gracias a la flor le era más fácil avanzar hacia la muralla, y cuando llegó a la puerta sólo hubo de agitar un poco la flor para que ésta se abriera. Pronto encontró a la bruja, que para su sorpresa no se atrevía a acercarse demasiado a la flor.
Rápidamente, buscó la estancia donde la horrible arpía guardaba las siete mil doncellas convertidas en aves.
- ¿Cómo podré saber cuál es Yorinda? – Se lamentó Yoringuel. Y entonces se dio cuenta de que la bruja ocultaba tras de sí una jaula y comprendió en el acto que ésa era la que buscaba. Con un rápido movimiento tocó a la bruja con la flor...
...y la espantosa vieja perdió todo su poder, quedando en el suelo arrugada como una uva pasa. Al mismo tiempo Yorinda recuperó su forma humana, y lo mismo ocurrió con todos los pajarillos que allí había.
Yorinda y Yoringuel se casaron al día siguiente y fue una gran celebración, puesto que todas las muchachas, agradecidas, quisieron compartir su alegría con la pareja.
Érase una vez una bruja que vivía en un castillo en el corazón de un frondoso bosque. Era malvada y perversa, de noche tenía forma humana, pero al llegar el día, se convertía en gato, búho, serpiente o algún otro animal cazador. Protegía su castillo con un encantamiento que paralizaba a los hombres y convertía a las mujeres en pajarillos que guardaba después en cestas. Tenía ya más de siete mil avecillas encerradas.
Yorinda y Yoringuel vivían en el pueblo cercano al bosque. Habían crecido juntos, y lo que en principio era una buena amistad se convirtió en amor con el transcurso de los años. Incluso habían fijado la fecha de la boda. Un día de primavera, al atardecer, decidieron ir al bosque a pasear. Pero tan absortos caminaban que no se dieron cuenta de lo cerca que estaban del castillo, ni de lo entrada que estaba la tarde.
Nada más ponerse el sol, Yorinda comenzó a cantar:
Y cuando Yoringuel miró hacia ella, vio que se había convertido en un ruiseñor. Detrás de un abeto, una lechuza cobró la forma de la bruja y se llevó a la niña sin que Yorinquel pudiera hacer nada, pues estaba paralizado por el hechizo.
Toda la noche pasó Yoringuel inmovilizado, y cuando llegó de nuevo el día, ante la imposibilidad de acercarse al castillo, decidió volver a casa a buscar la solución. Pensó y meditó, pero no se le ocurría la manera de rescatar a su amada. Al fin, agotado se fue a dormir. Y soñó con una flor roja como la sangre que guardaba en su interior una gran perla que le abriría las puertas del castillo de la bruja.
A la mañana siguiente Yoringuel se puso en marcha buscando la extraña flor. Subió montes y cruzó valles y cuando casi había perdido la esperanza, descubrió en la orilla de un río una flor extrañamente parecida a la de su sueño, del color del rojo terciopelo, con una gran gota de rocío en su interior que al brillar parecía una perla. Ni corto ni perezoso la arrancó con cuidado y se dirigió al encuentro de la bruja.
El miedo atenazaba al muchacho mientras se acercaba al castillo, pero más fuerte era su deseo de volver a ver a su prometida. En las lindes del bosque comprobó que gracias a la flor le era más fácil avanzar hacia la muralla, y cuando llegó a la puerta sólo hubo de agitar un poco la flor para que ésta se abriera. Pronto encontró a la bruja, que para su sorpresa no se atrevía a acercarse demasiado a la flor.
Rápidamente, buscó la estancia donde la horrible arpía guardaba las siete mil doncellas convertidas en aves.
– ¿Cómo podré saber cuál es Yorinda? – Se lamentó Yoringuel. Y entonces se dio cuenta de que la bruja ocultaba tras de sí una jaula y comprendió en el acto que ésa era la que buscaba. Con un rápido movimiento tocó a la bruja con la flor…
…y la espantosa vieja perdió todo su poder, quedando en el suelo arrugada como una uva pasa. Al mismo tiempo Yorinda recuperó su forma humana, y lo mismo ocurrió con todos los pajarillos que allí había.
Yorinda y Yoringuel se casaron al día siguiente y fue una gran celebración, puesto que todas las muchachas, agradecidas, quisieron compartir su alegría con la pareja.
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