Después de conocer las andanzas de una orquesta formada por un burro, un perro, una gato y un gallo, ¡todo es posible!
Hace algún tiempo, cerca de la ciudad de Bremen, vivía un burro. Llevaba muchos años prestando sus servicios a un granjero y la edad le iba haciendo imposible trabajar. De modo que un día decidió dejarlo y dedicarse a cantar, pues él creía hacerlo muy bien. - Iré a Bremen, y alegraré a la gente con mi música - pensó.
Despidiéndose del granjero emprendió el camino cantando y no tardó en encontrarse con un perro que salía huyendo de una casa cercana. - ¡Aing! ¡Aing! ¡Aing! - Se lamentaba el perro. - ¡Vete y no vuelvas! ¡No queremos verte nunca más! - Gritó una voz desde la casa. - Oye - dijo el burro al perro cuando éste llegó al camino -, ¿Sabes que tienes una voz fantástica? Ven conmigo y formaremos una orquesta. - Acepto encantado - dijo el perro.
Marchaban cantando, burro y perro, cuando escucharon unos sollozos que salían de un molino: - ¡Oh!, ¡Oh!, ¡Oh! - Un gato se quejaba mirando un saco de harina roído por los ratones. - Mirad esto: - comentó al burro y al perro - los ratones son cada vez más rápidos, o yo soy cada vez más lento. - Entonas muy bien, Gato, si vienes con nosotros formaremos una orquesta. - Será fantástico - respondió el gato al burro.
Entonando bellas melodías, el burro, el perro y el gato se encontraron con un gallo: - Ki-ki-ri-kiii, ki-ki-ri-kiii, ki-ki-ri-kiii, ki-ki-ri-kiii, - dijo el gallo - ya son las cuatro. - Es verdad, dijo el burro mirando la torre de la iglesia. - He perdido la hora y ahora sólo canto a las cuatro. Nunca por la mañana. Es una desgracia. - Si quieres formar una orquesta, puedes venir con nosotros. - ¡De acuerdo! - Dijo el gallo.
El burro, el perro, el gato y el gallo ensayaban por el camino. Cuando llegaron a Bremen decidieron cantar algo cerca de una casa por si los dueños les quisieran dar de cenar. Para alcanzar la ventana, el gallo voló sobre el gato, que se puso encima del perro, que se subió al burro. Y empezaron a cantar. Nada tiene que ver la música con lo que salió de las gargantas de aquellos animales. - ¡Socorro! ¡Auxilio! - Los habitantes de la casa huyeron asustados por el ruido.
- Vaya, qué reacción tan rara - rebuznó el burro - entremos y comamos. Una vez en la casa, encontraron sacos llenos de dinero y joyas. - Hemos desenmascarado a una banda de ladrones - ladró el perro. - Los entregaremos a las autoridades - maulló el gato.
Cuando todos dormían, los ladrones fueron a recuperar su botín, pero el burro les pateó, el perro les mordió, el gato les arañó y el gallo les picoteó. Y los ladrones se fueron por donde había venido porque no querían recibir más. Y los cuatro músicos de Bremen devolvieron las posesiones robadas a sus antiguos dueños, y nunca oí a nadie decir que cantaran mal.
Hace algún tiempo, cerca de la ciudad de Bremen, vivía un burro. Llevaba muchos años prestando sus servicios a un granjero y la edad le iba haciendo imposible trabajar. De modo que un día decidió dejarlo y dedicarse a cantar, pues él creía hacerlo muy bien. – Iré a Bremen, y alegraré a la gente con mi música – pensó.
Despidiéndose del granjero emprendió el camino cantando y no tardó en encontrarse con un perro que salía huyendo de una casa cercana. – ¡Aing! ¡Aing! ¡Aing! – Se lamentaba el perro. – ¡Vete y no vuelvas! ¡No queremos verte nunca más! – Gritó una voz desde la casa. – Oye – dijo el burro al perro cuando éste llegó al camino -, ¿Sabes que tienes una voz fantástica? Ven conmigo y formaremos una orquesta. – Acepto encantado – dijo el perro.
Marchaban cantando, burro y perro, cuando escucharon unos sollozos que salían de un molino: – ¡Oh!, ¡Oh!, ¡Oh! – Un gato se quejaba mirando un saco de harina roído por los ratones. – Mirad esto: – comentó al burro y al perro – los ratones son cada vez más rápidos, o yo soy cada vez más lento. – Entonas muy bien, Gato, si vienes con nosotros formaremos una orquesta. – Será fantástico – respondió el gato al burro.
Entonando bellas melodías, el burro, el perro y el gato se encontraron con un gallo: – Ki-ki-ri-kiii, ki-ki-ri-kiii, ki-ki-ri-kiii, ki-ki-ri-kiii, – dijo el gallo – ya son las cuatro. – Es verdad, dijo el burro mirando la torre de la iglesia. – He perdido la hora y ahora sólo canto a las cuatro. Nunca por la mañana. Es una desgracia. – Si quieres formar una orquesta, puedes venir con nosotros. – ¡De acuerdo! – Dijo el gallo.
El burro, el perro, el gato y el gallo ensayaban por el camino. Cuando llegaron a Bremen decidieron cantar algo cerca de una casa por si los dueños les quisieran dar de cenar. Para alcanzar la ventana, el gallo voló sobre el gato, que se puso encima del perro, que se subió al burro. Y empezaron a cantar. Nada tiene que ver la música con lo que salió de las gargantas de aquellos animales. – ¡Socorro! ¡Auxilio! – Los habitantes de la casa huyeron asustados por el ruido.
– Vaya, qué reacción tan rara – rebuznó el burro – entremos y comamos. Una vez en la casa, encontraron sacos llenos de dinero y joyas. – Hemos desenmascarado a una banda de ladrones – ladró el perro. – Los entregaremos a las autoridades – maulló el gato.
Cuando todos dormían, los ladrones fueron a recuperar su botín, pero el burro les pateó, el perro les mordió, el gato les arañó y el gallo les picoteó. Y los ladrones se fueron por donde había venido porque no querían recibir más. Y los cuatro músicos de Bremen devolvieron las posesiones robadas a sus antiguos dueños, y nunca oí a nadie decir que cantaran mal.
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