Tan importante como la decoración de tu casa es la luz que la ilumina. Te sugerimos una lámpara azul, y si lleva genio incorporado, aún mejor. Claro está que deberás mantenerte a salvo de las brujas para conseguirla, como le pasó al héroe del cuento de los Hermanos Grimm.
Vivió hace mucho tiempo un soldado que después de servir durante diez años al rey, fue llamado a su presencia y éste le comunicó que, en adelante, prescindiría de sus servicios:
- No cobrarás, pues sólo pago a los que me sirven.
Triste, lleno de amargura y sin forma de ganarse la vida, anduvo el soldado hasta que encontró la cabaña de una bruja donde pidió comida y techo.
- Tendrás que ganártelo - Contestó ella -, para empezar, debes descender al pozo y traerme lo que encuentres en el fondo. Yo te ayudaré tendiéndote una cuerda.
El soldado bajó al pozo y recogió una lámpara azul que allí había, mas al subir, comprendió qu
La perversa mujer, airada, soltó entonces la cuerda dejando al soldado abandonado a su suerte en el fondo del pozo.
- No puedo hacer nada para salvarme, pero antes de morir, encenderé mi última pipa con esta lámpara -. Y al hacerlo, una intensa luz azul inundó el pozo y un pequeño duende apareció ante el soldado.
- Puedo concederte cuanto desees, simpre que enciendas la luz azul - Le dijo el enanito.
- Entonces, - indicó el hombre - deseo que me lleves a una posada donde pueda descansar, y una vez allí, quiero que la bruja sea llevada a los tribunales para que se
De nuevo, encendió la lámpara azul y cuando el duende se presentó le dijo:
- Deseo que esta noche traigas a mi habitación a la hija del rey. Quiero que me sirva igual que yo serví a su padre y que obtenga la misma recompensa. Barrerá este suelo, fregará la loza, remendará mis ropas y limpiará mis botas, y sólo entonces, por la mañana, podrá volver a su castillo.
Así ocurrió esa noche y las noches que siguieron. La princesa era llevada por el duende a la habitación del soldado y allí realizaba duras tareas. Por la mañana era de nuevo conducida al castillo mediante la magia del duende. Al cabo, la princesa, agotada y enferma por las noches en vela, acudió a su padre en busca de ayuda:
- Tengo sueños extraños -, le dijo - y me levanto tan cansada como si fueran reales.
El rey prometió solucionarlo y dió instrucciones a la princesa para que se pusiera el anillo de su madre:
- Cuando sueñes esta noche, deja el anillo escondido en uno de los bolsillos de la ropa que zurces para ese malhechor. Y ten por seguro que ésta será la última noche de tus desvelos.
Al despuntar el alba, el rey, que había reconocido al soldado gracias a la descripción que le había hecho su hija, ordenó que fuese apresado y acusado de robo a la reina. En el juicio que siguió, presentó como prueba el anillo y los jueces condenaron al pobre hombre a morir ahorcado. Sin embargo, como a todo convicto en semejante trance, le fue concedido un último deseo.
- Sólo quiero fumar mi pipa antes de morir. - Dijo el soldado. Encendió la lámpara y al presentarse el duende de la luz azul le ordenó:
- Deseo que todos esos corruptos jueces y sus infames gobernantes sufran su propia injusticia.
Y antes de que el enan
El soldado, que creía en la redención de los hombres, perdonó a los magistrados y al rey, que como prueba de agradecimiento le concedió la mano de su hija. Ambos, princesa y soldado, vivieron largos años de feliz matrimonio, y cuando el rey murió, heredaron el trono y comenzó uno de los periodos más prósperos de aquel reino, pero eso es otra historia, y debe ser contada en otra ocasión.
Vivió hace mucho tiempo un soldado que después de servir durante diez años al rey, fue llamado a su presencia y éste le comunicó que, en adelante, prescindiría de sus servicios:
– No cobrarás, pues sólo pago a los que me sirven.
Triste, lleno de amargura y sin forma de ganarse la vida, anduvo el soldado hasta que encontró la cabaña de una bruja donde pidió comida y techo.
– Tendrás que ganártelo – Contestó ella -, para empezar, debes descender al pozo y traerme lo que encuentres en el fondo. Yo te ayudaré tendiéndote una cuerda.
El soldado bajó al pozo y recogió una lámpara azul que allí había, mas al subir, comprendió qu
La perversa mujer, airada, soltó entonces la cuerda dejando al soldado abandonado a su suerte en el fondo del pozo.
– No puedo hacer nada para salvarme, pero antes de morir, encenderé mi última pipa con esta lámpara -. Y al hacerlo, una intensa luz azul inundó el pozo y un pequeño duende apareció ante el soldado.
– Puedo concederte cuanto desees, simpre que enciendas la luz azul – Le dijo el enanito.
– Entonces, – indicó el hombre – deseo que me lleves a una posada donde pueda descansar, y una vez allí, quiero que la bruja sea llevada a los tribunales para que se
De nuevo, encendió la lámpara azul y cuando el duende se presentó le dijo:
– Deseo que esta noche traigas a mi habitación a la hija del rey. Quiero que me sirva igual que yo serví a su padre y que obtenga la misma recompensa. Barrerá este suelo, fregará la loza, remendará mis ropas y limpiará mis botas, y sólo entonces, por la mañana, podrá volver a su castillo.
Así ocurrió esa noche y las noches que siguieron. La princesa era llevada por el duende a la habitación del soldado y allí realizaba duras tareas. Por la mañana era de nuevo conducida al castillo mediante la magia del duende. Al cabo, la princesa, agotada y enferma por las noches en vela, acudió a su padre en busca de ayuda:
– Tengo sueños extraños -, le dijo – y me levanto tan cansada como si fueran reales.
El rey prometió solucionarlo y dió instrucciones a la princesa para que se pusiera el anillo de su madre:
– Cuando sueñes esta noche, deja el anillo escondido en uno de los bolsillos de la ropa que zurces para ese malhechor. Y ten por seguro que ésta será la última noche de tus desvelos.
Al despuntar el alba, el rey, que había reconocido al soldado gracias a la descripción que le había hecho su hija, ordenó que fuese apresado y acusado de robo a la reina. En el juicio que siguió, presentó como prueba el anillo y los jueces condenaron al pobre hombre a morir ahorcado. Sin embargo, como a todo convicto en semejante trance, le fue concedido un último deseo.
– Sólo quiero fumar mi pipa antes de morir. – Dijo el soldado. Encendió la lámpara y al presentarse el duende de la luz azul le ordenó:
– Deseo que todos esos corruptos jueces y sus infames gobernantes sufran su propia injusticia.
Y antes de que el enan
El soldado, que creía en la redención de los hombres, perdonó a los magistrados y al rey, que como prueba de agradecimiento le concedió la mano de su hija. Ambos, princesa y soldado, vivieron largos años de feliz matrimonio, y cuando el rey murió, heredaron el trono y comenzó uno de los periodos más prósperos de aquel reino, pero eso es otra historia, y debe ser contada en otra ocasión.
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